Hay una fuerte corriente en la cría de animales en la actualidad, que es la preferencia por trabajar con razas puras, para ilustrarlo voy a hablar de dos especies suficientemente distanciadas entre sí, vacas y gallinas. En Cantabria, por ejemplo, hay ayudas del gobierno regional para los ganaderos de vacuno que crien en raza pura, se crean asociaciones de cada raza y se llevan exhaustivos registros de cada animal, para asegurarse, entre otras cosas, la pureza de su raza. En gallinas, basta darse una vuelta por el foro de granja online dedicado a las gallinas para entender de lo que estoy hablando. En ambas especies se busca mantenerse lo más próximo posible a un estándar racial definido y aceptado por los criadores y mantener la raza en pureza. En la cría de aves, en más de una ocasión se acaba cruzando animales con parentesco próximo a fin de fijar un carácter racial concreto y en cuanto al vacuno, el uso masivo de la inseminación artificial permite que los ganaderos busquen el semen de los mejores toros, con lo que al final unos pocos machos cubren a la inmensa mayoría de las hembras, lo que lleva, como acertadamente comentaba Antonio en el post Ganadería de leche rentable, una de las debilidades actuales de la frisona es un cierta consanguinidad, para evitarlo se está cruzando esta raza con otras.
Nuestros antiguos, y no tan antiguos, no pensaban de esta manera, el patrón racial era menos importante que el valor productivo del animal. Los pasiegos, uno de los pueblos ganaderos más sabios y cuidadosos, que vivían por y para la vaca, aprendieron su saber de una manera intuitiva y observando a los animales. Tradicionalmente todo ganadero tenía su propio semental, de esta manera minimizaban el riesgo de contagios de enfermedades, pero ese toro apenas lo mantenían un par de años, pasados los cuales se deshacían del animal y adquirían uno nuevo, normalmente en otro pueblo y lo más lejos posible. De este modo era prácticamente imposible que un toro cubriese a una novilla de su sangre. La razón de este trabajo era evitar la consanguinidad, mal al que sabiamente temían.
Hace unos días, hablando con mi señora suegra acerca de una gallina que estaba clueca o gorita como se dice por aquí, comentaba que antiguamente, cuando las gallinas no se compraban en el almacén ni se sacaban en incubadora, sino que se criaban en casa y lo hacían las propias gallinas, lo más común era intercambiar huevos con un vecino para ponérselos a la gallina que estaba incubando. La razón no puede ser otra, una vez más, que evitar la tan temida consanguinidad. Esta forma de pensar nos ha traido hasta aquí, ¿la otra?
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